En la mañana del lunes de Pascua, aún bajo la bendición urbi et orbi que nos dispensaba desde San Pedro de Roma como cada domingo de resurrección, recibimos la noticia del fallecimiento de Jorge Mario Bergoglio, el Papa Francisco. Argentino, 88 años, 266º sucesor de Pedro, en el timón de la barca de la Iglesia. Tras un periodo de enfermedad que ha ido mermando sus fuerzas, entrega la vida quien desde el 13 de marzo de 2013 apareciera ante el mundo, vestido de blanco, con zapatos negros gastados y sencilla cruz de plata, pidiendo al pueblo de Dios su bendición y afirmando: “Mis hermanos cardenales han ido a buscar al Papa al fin del mundo”. Eligió el nombre de Francisco, el santo de los pobres y de la naturaleza, eligió vivir en la residencia de Santa Marta alejado de los palacios apostólicos. Introdujo un lenguaje sencillo, directo y claro con el que quiso mostrar al mundo su perfil de papa “pastor”. Se ganó la fama de gran comunicador y líder carismático, en un mundo carente de hombres capaces de despertar la admiración que generan los hombres honestos, transparentes y veraces.
La Iglesia en estos años se ha abierto al mundo, ha asumido los grandes retos del cuidado integral del planeta, de los fenómenos migratorios, de la paz mundial. Ha asumido y afrontado con valentía sus heridas y debilidades pidiendo el necesario perdón y ofreciendo su mano y la imprescindible reparación a quienes resultan vulneradas y dañadas por los propios errores.
Pero sobre todo, Francisco ha puesto en el centro lo más hermoso y bello que trae consigo la alegría del Evangelio: la centralidad de Jesús. La ha ofrecido a todos, especialmente a los jóvenes, y ha tratado de dar pasos para que la Iglesia recupere su retraso y se incorpore al siglo XXI como pueblo de Dios, que camina, reflexiona y actúa sinodalmente, contando con todos, incorporando a todos.
No tenemos perspectiva suficiente para calibrar el peso y la profundidad de estos 12 años de servicio apostólico del Papa Francisco. Hoy nos queda su sonrisa, su cercanía, sus pasos adelante, sus gestos proféticos, su conversación franca, sus palabras claras, llenas de vigor, evangelio y esperanza. También sus denuncias de situaciones injustas que claman al cielo y causan vergüenza por atentar contra las criaturas amadas de Dios. Es día para dar gracias a Dios por este hombre que el Espíritu Santo quiso señalar para pastorear a su Iglesia y suplicar que nos envíe un sucesor que mantenga en su pueblo y en el mundo entero abierta la puerta de la Esperanza.
Bendito seas, Francisco, obispo de Roma, Papa de la Iglesia, compañero de Jesús. Continúa tu ministerio desde el cielo. La comunidad de fe del Colegio San Felipe Neri – Marianistas Cádiz agradece de todo corazón tu vida entregada y el movimiento de renovación que tu pontificado ha supuesto para tantas comunidades, hombres y mujeres que en estos años han despertado a la fe y han recuperado el deseo de vivirla en el seno de la Iglesia.